Dicen las malas lenguas que a partir de ahora nos jubilaremos a los sesenta y siete. Hoy en día, teniendo en cuenta el bienestar social en el que vivimos, la mejora de la salud a nivel general y la sapiencia de que sí que hay trabajos en los que te podrías jubilar no solo a los sesenta y siete, sino alargarlo hasta incluso los setenta, se supone que no se debería haber montado la de Dios en Cristo en este país. Pero se ha montado.

Yo he calculado.

He pensado en la cantidad de dinero de más que el Estado conseguirá de aquellos a quienes a los sesenta y cinco se les diga que deben trabajar dos años más, restado la cantidad de puestos de trabajo que no serán ocupados por jóvenes por ello, sumado los que aún sin esa jubilación permanecerían en el paro dada la crisis que sufrimos, y dividido por el descrédito de quienes hace tan solo dos meses dijeron que no se necesitaba recorte alguno en los presupuestos y este fin de semana se destapan con aquello de los cincuenta mil millones. Y la verdad, no me han salido las cuentas.

Y entonces uno acierta a comprender aquello del porqué del Dios es Cristo. Un gobernante puede muy bien gobernar a su pueblo saltando de flor en flor. Sonreír a las cámaras que lo retratan y hacer ver que de puertas para afuera se tiene todo controlado. Se puede escudar en miles de datos que subjetivamente podrían ayudarle a sostener sus decisiones frente al populacho. Buscar un nuevo punto de vista que haga que el eco de sus decisiones le sean más favorables. Pero todo ello depende de que se tenga en propiedad una sola cosa, la credibilidad.

Cuando esa credibilidad brilla por su ausencia. Cuando tus propios votantes comienzan a cuchichear sobre quien debería ser tu relevo. Cuando ni siquiera ellos aciertan a encontrar el clavo ardiendo sobre el que sujetarse para defender tus idas y venidas. Cuando de un extremo al otro del cuadrilátero, ese en el que se ha convertido la vida de este pobre país, te llueven ostias a mansalva con cada nimia decisión que te atreves a tomar. Cuando dinamitas los pies de barro de los poderes fácticos que te han aupado al poder y los dejas caer vertiginosamente al vacío de la absorción mediática. Cuando ni siquiera esos a los que regalaste un lugar desde el que evangelizar a la plebe, son capaces de sofocar la animadversión que provoca cada uno de tus movimientos. Cuando ya ni siquiera eres capaz de distinguir entre amigos y enemigos en la batalla campal que se vive a tus pies. Entonces es cuando debes aceptar la derrota…

¿Pero conocen ustedes algún político que haya reconocido alguna vez la derrota?

Yo no. Y la verdad es que aunque uno comprendería eso de la jubilación a los sesenta y siete años, debe aclarar que lo haría en un marco en el que la preocupación por el desempleo no turbara los sueños de más del 78% de los ciudadanos.

No ahora, en plena crisis financiera. No cuando lo que hay que proponer son otras cosas, no éstas. No cuando ha habido dos años perdidos en los que se ha malgastado el dinero de todos. No tras salvar bancos. No tras comprar sindicatos. La de Dios es Cristo es poco para lo que nos espera en un futuro inmediato. No lo olviden.

Y den gracias los que aún tengan un trabajo al que agarrarse, de momento van ustedes con ventaja.

6 Comentarios:

    Alguno ha habido, pero pocos, y no me pidas que recuerde alguno.

    ...pues a mi no me viene ninguno a la cabeza...será que si existieron su paso por la política fue fugaz jejeje

    La derrota solo la reconocen la gente inteligente y politicos inteligentes hoy que se sepa no hay ninguno, porque para que este ZP de presidente que es el más tonto de todos.....

    Así que aqui se aplica el refrán de en el pais de los ciegos ....

    Un abrazo

    En el país de los ciegos el tuerto es el Rey. Bien podría valer para el nuestro, sí que es verdad.

    Se ha montado la gorda, porque habria que discernir o discriminar entre el minero y el jefe de la empresa (mucho dedo).
    Saldremos del hoyo, saldremos, faltaria más.

    Esperemos Gildo, pero las cosas pintan feas...feas de verdad.

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