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Suicida

Para sorpresa suya se encontraba en un lugar paradisiaco. No alcanzaba a comprender qué había pasado, pero lo cierto era que aquello, lejos de ser el infierno, bien parecía el mismísimo cielo.

De pronto un ruido ensordecedor comenzó a inundar el aplacible silencio en el que se encontraba. A lo lejos, perdida todavía en la lejanía del horizonte, alcanzó a ver una gigantesca ola que se acercaba a él a una velocidad escalofriante. En pocos segundos la ola estaría allí mismo.

Entonces lo comprendió, moriría ahogado. Y eso sucedería durante toda la eternidad, una y otra vez, sin posibilidad alguna de clemencia. El infierno no era un lugar, sino más bien un momento, el de tu propia muerte. Y él, por suicida, estaba condenado a revivirlo para toda la eternidad.

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