La última vez que escuché hablar de “revolución” en la blogosfera, lo mentado era algo referente a la capacidad de opinar y ser escuchados que adquirían todos aquellos que se decidían a emprender la ardua tarea de escribir en un blog. Y de eso ya hace tanto tiempo, que incluso podríamos decir que la llama que se prendió en muchos de nosotros se ha ido apagando, poco a poco, por la falta de un oxígeno escaso con el que han acabado las Redes Sociales que nacieron a su sombra y los trinos de un pajarito azul cuya existencia trona a una velocidad endiablada.

Leer cómo alguien en quien siempre fijas tu mirada para tentar si tus pensamientos van en la buena dirección, se decide a escribir una tenebrosa entrada en la que da a entender algo que ya tú mismo expresaste hace tiempo, es un augurio melancólico que lo que hace es decirle a uno que por primera vez en su vida bloguera no fue desencaminado en sus descabelladas conclusiones.

Que la blogosfera acabará por profesionalizarse es un echo seguro. Que a ésta la sustituirán miles de perfiles sociales, asociados entre sí con un denominador común llamado Twitter, que los conectará a ritmo de hastags y endiabladas velocidades de comunicación instantánea, una realidad palpable. Que todo ello será una revolución social, como dice mi buen amigo Marcelino, nada de nada.

Y es que queridos amigos, la bala no es lo que mata, sino la velocidad que lleva. Y aquí olvidamos que los blogs, las redes sociales y los perfiles del twitter no son los que revolucionan nada, sino las personas que tras ellos les dotan de contenido y raciocinio.

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