Estos son los dos tipos de contratos con los que nos movemos a diario en este desangelado mundo laboral en que nos encontramos. Una dualidad que hace volátil la cifra de empleados y desempleados y que condena a la inmisericorde angustia del “espero que me llamen la próxima temporada” a quienes tienen la desgracia de acabar en el círculo vicioso de los empleos de temporada que periódicamente entran y salen de las listas del paro y las estadísticas de la EPA. La decisión del partido del gobierno, y del próximo si no elimina la misma en cuanto se adueñe del testigo de poder democrático, de posibilitar la contratación temporal sin límite alguno, provocando que un trabajador pueda vivir de por vida con un contrato con fecha de caducidad, ha sido uno de los atrasos sociales más importantes que se han dado a conocer en los últimos años.

Quienes viven condenados a sobrevivir en la indigencia laboral en estos días, créanme, no pondrían ningún reparo a la hora de aceptar contratos indefinidos aunque ello significara despidos más baratos. La sapiencia de que en cierto modo uno podría tener un futuro laboral próximo más que asegurado (tanto como puede asegurarse un trabajo en estos tiempos), prevalecería sobre unos derechos laborales mermados que pese a los sindicatos, en nada ayudan a quien ve desde la ventana de su casa amanecer todos los días sin destino laboral alguno en el horizonte.

Un millón y medio de familias sin nada que echarse a la boca. PYMES y autónomos ahogándose en un océano de inactividad financiara y laboral. Más de cinco millones de parados y unos cuantos millones más con la agonía temporal plasmada en sus contratos laborales, son unos cuantos motivos más que válidos para apostar definitivamente por un modelo de contratación única que acabe con la dualidad laboral en este país.

Si alguna vez el dicho de que las crisis son principalmente oportunidades fue cierto, este es el momento de que quede demostrado.

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