La herencia recibida es un cáliz tras el que se suelen parapetar los partidos cuando llegan al poder. Un muro infranqueable de datos y predicciones desoídas que difícilmente pueden ser rebatidas por los vencidos. Un suave lecho desde el que convertirse en la oposición de la oposición. Más, si el que ha llegado al poder lo hace tras un periplo paupérrimo de equivocaciones y negaciones de la realidad. Es entonces cuando la incompetencia del anterior gobernante y su recuerdo favorece la aparición de un poso desde el que idealizar una franqueza inexacta que suele acabar en la flagelación pública de una ciudadanía desesperada capaz de incluso creerse culpable de buena parte de sus males. Es, además, el recurso fácil de los malos gobernantes. Una forma casposa de escurrir el bulto. Un mal del que son acreedores todos y cada uno de los gobiernos que han ostentado el poder en este país hasta el momento.

Supongo que quienes esgrimen el argumento de la herencia recibida deberían convocar un simposio desde el cual fundar las bases para la regulación de dicho término. Por ejemplo, podrían decirnos a los ciudadanos los tempos exactos para poder arrogar o eximir de responsabilidades a quienes dejan el poder. O acertar a explicar a la sociedad cómo y de qué manera juzgar un posible sin que pueda nunca llegar a hacerse realidad. Eso lo debería hacer el gobierno actual, por ejemplo, puesto que siempre acaba diciendo que estas reformas no son más que la versión acelerada de lo que Jose Luis debió hacer tiempo atrás.

Supongo que si Zapatero hubiese sido honesto con los ciudadanos hubiere vuelto a ganar las elecciones. Incluso con subidas de impuestos y de la luz claramente expuestas en el programa. Del Partido Popular se esperaba que bajara los impuestos y los subió, ha disminuido el estado del bienestar y ha dilapidado en dos años toda la credibilidad que consiguió atesorar durante sus años de oposición. Ambos dos perdieron sus oportunidades para ser recordados como buenos gobernantes. Ambos dos merecen el olvido ciudadano.



Ni unos ni otros son adalides de la verdad y esa es la peor de las herencias recibidas que puede soportar una democracia. En Las Provincias he visto este documental de la plataforma narrative en la que se ve la realidad del día a día en España. Seguramente ellos no lo verán. Y si lo hacen intentarán acercarlo hacia sí para utilizarlo políticamente. No les dejemos. Esta es la herencia que nosotros, no ellos, hemos recibido. Nuestra condena por soportarlos. No dejemos que nos vuelvan a ningunear nunca.

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