En los días previos a la venida de los reyes todos deberíamos ser un poco más niños. Aceptar imposibles sin pensarlo. Creer en la magia, la bondad y la recompensa inmerecida. Esperar reproches y aceptarlos sin rencor. Convertirnos en el niño que sabe que ha sido malo y aplaude la llegada de ese carbón, que aunque dulce, tiene ese regusto amargo que nos ayuda a reconocer los errores. Desesperar por la tardanza del amanecer. Confiar en que esta vez sí, pillaremos a quienes se encargan de repartir felicidad por el mundo. Irnos a la cama con la infantil ilusión de descubrir una brizna del heno que comen los camellos. Una miga del mantecado con el que los reyes repusieron fuerzas. Una pisada o un sonido revelador que nos alertará de su presencia. Impacientes por la aparición de esas mesas llenas de regalos. Por el sonido desgarrado del papel que se rompe para dar a luz unos juguetes que estrenar. Por escuchar cómo se llenan las casas de risas infantiles. Por descubrir miles de cajas vacías que hacía unos minutos contenían sueños, anhelos y deseos.

Yo lo echaba de menos. Hasta que me puse a vivir de nuevo estas fiestas a través de los ojos de un niño.

4 Comentarios:

    No estoy seguro de que sea bueno que nos cuenten milongas cuando somos niños. Te hacen creer en los Reyes Magos y muchos acaban creyendo después que alguien dobla cucharas con el pensamiento. Algunos hasta creen en las ideologías que predican los partidos políticos.

    Hombre eso de milongadas...no te traeran nada esta noche...jejeje

    Ellos nos recuerdan que dentro tenemos aún el corazón mágico e inocente que nunca se debiera haber mancillado.

    Un abrazo y qué guapetón el chaval, disfruta de él a tope amigo.

    Cierto amigo mio.

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