Uno siempre creyó que un silencio decía mucho de su dueño. Normalmente esta percepción en contadas ocasiones era negativa para el inquirido, pero de un tiempo a esta parte, al menos en el terreno político, el abuso de esa virtud ha traído consecuencias contraproducentes para quien ostentando el poder, ha decidido dar la callada por respuesta durante toda su legislatura. Sí, es cierto que en estos últimos meses, no sólo el presidente, también todos sus ministros, se han animado a salir a la calle para acometer la difícil tarea de explicar sus acciones.

Pero las legislaturas duran cuatro años y esa parcela de tiempo es eterna cuando de mirar un plasma se trata. Y claro, es complicado borrar de la retina de la ciudadanía la imagen de un presidente desaparecido, con horchata en las venas, dedicado más a dejar pasar el tiempo que a solucionar los problemas que como setas han ido creciendo alrededor del tronco de su mandato. Y esas setas no eran precisamente recortes, crisis y demás zarandajas. Su talón de Aquiles ha sido la corrupción. Los silencios ante ella. Los falsos desmentidos, sus recovecos, las indemnizaciones en diferido.

Si el día en que Aznar encontró el hueso de la corrupción en el cadáver político de Felipe, hubiese creído que sus andanadas acabarían cayendo en saco roto, como así ha creído equivocadamente en este caso Rajoy, Jose Mari nunca hubiese llegado al poder para debacle socialista. Y esa lección, la de que la pasividad ante la corrupción se paga muy cara, ha sido un enorme 'debe' que lastra todo el inconmensurable trabajo que durante estos cuatro años ha realizado la administración de Mariano.

Un presidente dedicado ha hacer de Gallego cuando se le interpela, que se mantiene obcecado en el error de pensar que la vieja estrategia del avestruz le permitirá no salir quemado por sobreexposición pública, y que atiende a los medios desde la habitación de al lado, como temiendo que algún flash de cámara le deslumbre lo justo para que en el papel del día siguiente aparezca una mueca semi-humana como único mensaje real de su discurso. son, han sido y serán siempre un motivo más que justificado para que cualquiera con dos dedos de frente se replantee el voto llegado el momento decisivo del sufragio.

Señor Rajoy, si pierde las elecciones, recuerde; la culpa no la tuvo la crisis, ni los recortes, ni siquiera los partidos emergentes. La culpa fue suya. La culpa se llamaba silencio administrativo.

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